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Charly

La pantalla enemiga

La experiencia de Barrio Sésamo debió resultar traumatizante para los actuales programadores televisivos que, si los cálculos con respecto a la edad no me fallan, debieron crecer merendando junto a Espinete, Don Pimpón y demás fauna de tan singular paraje. En aquellos años, con la televisión empezando a multiplicarse, hasta el nacimiento de la UHF ahora la 2, la tele era como la patria, Una, grande y libre, bueno libre de elegir a qué hora querías verla. Era tan escasa la variedad de canales que los aparatos, aquellas antiguallas en blanco y negro, carecían incluso de mando a distancia y nadie los echó nunca en falta. Pero en aquellos en que empezaron a surgir las emisoras autonómicas todos los niños sabían distinguir conceptos básico como Arriba-abajo; dentro-fuera; alto-bajo o mucho-poco. Yo no recuerdo que me dieran dos petitsúis para merendar, ni siquiera uno sólo, pero mantengo en mi memoria los bocatas de nocilla, de chocolate en onzas, de mantequilla con azucar o del sabroso chorizo de pamplona casí imposible de encontrar hoy día. Y todos esos bocadillos con pan de verdad, de harina, agua, sal y levadura, los engullía mientras Coco me ofrecía su amistad (alguien puede seguir pensando que tanto ser el amigo de los niños se debe a su condición de pederasta), la dicharachera rana Gustavo me perseguía micrófono en ristre, o Epi y Blas se me mostraban subrepticiamente como la primera pareja gay de la televisión estatal. Y quién sabe si ese duo singular, como el Don Pepito y Don José de los payasos, no fuesen el gérmen originario de nuestra actual telebasura donde amoríos y desvaríos copan las horas televisivas equivalentes a aquellas tardes de merienda y entretenimiento educativo. Las mariconadas de Epi y Blas han dejado paso a las de un tal Richi Bastante que no tiene suficiente con ser fan maquillado de la Tamara mala, o los puteríos de los grandes hermanos. El reportero más dicharachero del barrio ha sido sustituído por una periodista con diario en donde escribir las historias más estúpidas y absurdas. Si series como Heidi, Marco, David el Gnomo, Vicky el Vikingo, Orzowei, los mosqueperros, los chiripitifláuticos, la Guagua, Mazinger Z o la Bola de cristal han creado tal enajenación entre los programadores televisivos de nuestros días, alguien quiere imaginar que no plantearán los mandamases de nuestros canales en un futuro. Gentes que han crecido con Bola de Dragón en el mejor de los casos, cuando no pegados a una pantalla con los discutidores de A tu lado, o de Patricia, o de Ana Rosa, o quién sabe si peor aún con los culebrones venezolanos ahora ya también colombiamos, mexicanos y costarricenses. Al final, tanta televisión, tantos canales para tener que pagar por la programación vía satélite y disfrutar con el encanto de lo añejo, el futbol de interés general, el cine de verdad, o los siempre entrañables dibujos animados de Pluto, Donald, Mickey y toda la troupe del Disney Channel. El resumen puede que sea ese, mala televisión en abierto para que la gente se abone a los programas de taquilla, que siempre dejan más beneficios. Y lo malo no es querer limpiar la telebasura, el problema es que tanto han crecido algunos detritus que la antigua bolsa se ha quedado pequeña y ahora es necesario todo un contenedor para eliminarla. Y una vez conseguido, utopia marxista donde las haya, ya que si la religión era el opio del pueblo, la gente está comenzando a buscarse los estupefacientes por otros medios, lease televisivos, pues eso que una vez conseguido nos daremos cuenta que la tele tampoco es la panacea de la cultura. Para eso mejor apagar la tele y coger un libro, a ser posible bueno.

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